Cuando viajas por los pueblos de Andalucía, nos damos cuenta de que la mayoría nos atraen por su color blanco.
En realidad, esta costumbre ha cambiado a lo largo de los siglos.
El origen de pintar las casas o los edificios de color blanco es una tradición que se remonta a la época romana, pero se desarrolló con mucho más perfeccionamiento en la época musulmana. Sin embargo, se hizo popular en el siglo XIX, sobre todo en el sur de la Península Ibérica, cuando las autoridades recomendaron la cal como desinfectante para evitar la propagación de enfermedades y epidemias; en efecto, muchos interiores de las iglesias andaluzas aún presentan esta blanca coloración, recordando aquellos tiempos en que los templos servían de cobijo para los enfermos. Desde entonces, Cádiz era un gran productor de cal y lo distribuía por todo Andalucía. Además, era costumbre que cuando una persona moría se pintara la habitación con cal como símbolo de renovación e higiene, incluso en alguna ocasión era costumbre en el mes de noviembre en el mes de los difuntos que se calaran algunas tumbas.
El uso de la cal para las fachadas de las viviendas es entonces antiguo y sencillo y tanto económico como una técnica para para refrescar las casas en los meses más calurosos, ya que el color blanco refleja los rayos del sol impidiendo que el calor se acumule en los muros.
Aunque en el Siglo XX se hayan empezado a utilizar nuevos materiales para el blanqueamiento que, por otra parte, competían directamente con los productores de cal, hoy en día, en muchos de los pueblos andaluces aún se sigue llevando a cabo la técnica del encalado como sustitutivo de las pinturas acrílicas o plásticas, ya que éstas, en paredes de construcciones antiguas suelen provocar retenciones de humedad.
De igual forma las paredes de color blanco y sus fachadas forman ya parte del paisaje natural de Andalucía.